Sí, estoy seguro de que todo el mundo que está leyendo esto conoce al menos a una persona que la padece, aunque sea levemente. Es una enfermedad, en teoría psicológica, y la he padecido mientras pensaba en qué escribir, como no se me ocurría nada, he decidido hablar sobre mi vicio favorito. ¿Ya lo adivináis? Es el hábito de comerse las uñas.
No es nada agradable, desde luego, ni da una buena imagen ver a un joven de diecisiete años comiéndose las uñas. Pero ¿qué va a pasar cuando llegue a la universidad? ¿Y al empezar a trabajar?
No sé de dónde proviene que tantas personas lo padezcamos, por eso apremio a todos los que conozcáis a hermanos pequeños que se coman las uñas a obligarles a dejarlo, aunque haya que recurrir a la fuerza. Yo lo habría agradecido en mi lugar, y os aseguro que es más difícil dejarlo cuando eres más mayor.
Nacho I.
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